domingo, 19 de septiembre de 2010

Capítulo 12

Un día nuevo se anunciaba por mi ventana. Para variar, la luz atravesaba la misma cristalera de siempre, pero hoy con más intensidad y fuerza.
El despertador sonaba sin parar, provocando que me despertase de mi profundo sueño. Las cortinas se movían muy levemente, ya que la ventana se había quedado abierta unos cuantos milímetros, y por ella entraba algo de frío.
Me levanté entre escalofríos, y frotando mis brazos con algo de rapidez para poder entrar un poco en calor.
Recuerdo que ese día tenía ganas de vivirlo al máximo, ya que era un nuevo día que la vida me había dado la oportunidad de poder tener y disfrutar, y por supuesto, tenía la sensación de que sería uno de esos días que debería de exprimir al máximo hasta dejarlo en casi nada, o si puede ser… en nada.
Sin duda, sería especial e importante.

Tras ducharme y arreglarme, me dispuse a revisar mis maletas, por si se me olvidaba algo.
Cuando terminé de hacerlo, me dirigí a la cocina para desayunar, donde para mi asombro, encontré sobre la encimera de ésta un desayuno increíble: tostadas, magdalenas, leche, zumo… un lujazo, vamos. Aunque la verdadera sorpresa fue encontrarme al lado a Aitor, medio dormido sobre la encimera, junto a ese gran banquete.

Me acerqué a él, y me senté en el taburete alto que estaba colocado al otro lado de la encimera y que daba al salón, pero a la vez estaba frente a él. Acerqué mis labios hacia su oído, susurrándole: ‘’Despierte, querido cocinero’’, lo que provocó que se despertase de golpe, creando en mí un sobresalto.

- Nath… - me miraba con los ojos pegados.
- ¿Has preparado tú todo esto? – sonreí, mirándole a los ojos. A lo que él asintió entre gestos, medio adormilado.
- Vaya… y, ¿para qué?
- Para ti… - soltó una sonrisa torcida.
- ¿Para mi? Pero… - me tapó la boca con el dedo.
- Shhh… no lo estropees – volvió a sonreír – Lo hice simplemente para disculparme por lo de ayer… sé que te agobié demasiado… y lo siento… ah, y para despedirme de ti… bueno, si sigues con la idea de que no me vaya contigo, claro… - negué con la cabeza, sin decir nada. – Está bien, entonces tómalo como una disculpa y una despedida… Además… - apoyó sus manos sobre las mías, que estaban colocadas sobre la encimera - …no quiero que te vayas estando de bronca conmigo… es lo último que quiero. – Me levanté del taburete alto, rodeé la mesa, entrando en la cocina, y acercándome a él para abrazarle. Si, necesitaba tantísimo ese abrazo.

Estuvimos unos segundos abrazados. Para mí fueron los mejores, y me dieron muchísima fuerza. Luego nos separamos, sonriendo.

- Bueno, tómate el desayuno, que se le van a ir las vitaminas al zumo – reía haciendo la gracia.
- Vale, ¡pero con una condición! – volví a mi sitio - ¡que te lo tomes conmigo!
- Vale, pero no sé si el zumo dará de sí para dos personas – volvió a reír.
- ¡No, tonto! ¡El desayuno! – reí.
- Ah bueno, ¡eso está más que hecho! – se dio unos golpecitos en el estómago, haciéndome saber que tenía hambre. A lo que reí por el gesto, y luego cogí el zumo, tomándomelo con una tostada.

[…]

Miré el reloj, y mi cara se descompuso.

- ¡Mierda! – me levanté apurada de la silla - ¡Que voy a perder el tiempo de embarque de maletas! – me tomé rápido lo que quedaba en el vaso de zumo, y fui a la habitación a por mis cosas.
- ¿Ya te vas? – se levantó y salió de la cocina a paso ligero.
- Si, que sino me quedo en tierra… - salí de la habitación.
- ¿Te llevo?
- No, no hace falta… pero gracias – sonreí.
- ¡Que si mujer! ¡Que tú sola no puedes con eso! – insistió al ver como intentaba caminar con tantas cosas en las manos.
- Bueno, ¡está bien! … ¡Creo que tu ayuda me vendrá de perlas! – reí y salí de la casa con su ayuda.

Una vez en la cochera, Aitor me ayudó a colocar en el maletero todas las cosas, y después nos metimos en el coche.

De camino al aeropuerto, estuvimos hablando y disfrutando de ese último rato juntos, ya que no sabíamos cuando sería la próxima vez que nos veríamos. Puede que en meses, o puede que en años… ¿quién sabe?

[…]

Entré en el aeropuerto con mis maletas, por supuesto, con la ayuda de Aitor.
Después facturé el equipaje para embarque, y Aitor insistió en permanecer conmigo hasta que saliese el aviso de mi vuelo.

Ah, ¿aún no os dije a dónde viajaba?
Uy, fallo técnico.
Mi destino sería la ciudad de Milán. Un lugar muy importante y conocido, situado en Italia. ¡Me encantaba la idea de ir a ese sitio! ¿Qué mejor ciudad para empezar una nueva vida que en Milán?

Ahora solo tocaba esperar a que anunciasen por los altavoces mi vuelo. Ya poco quedaba, estaba segura.
Me encontraba con nervios hacia la espera, pero Aitor me hizo distraerme un rato con sus payasadas. De verdad, este hombre es único.

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