domingo, 3 de octubre de 2010

Capítulo 13

‘’Pasajeros del vuelo 205 con destino a Milán, embarquen por la puerta número 15. Gracias’’.

Me levanté del asiento en menos de dos segundos con tan solo escuchar la ciudad a la que se destinaba el avión.
Si, soy de ese tipo de personas que creen que por no levantarse al instante, el vuelo lo perdería.
Como casi un acto reflejo, Aitor se levantó al verme con tal rapidez, y no pudo evitar hacer una de sus gracias para bajar la tensión del momento.

- Con tranquilidad… ¡que al final la que va a despegar del suelo vas a ser tú!, ¡que impaciente estás por llegar a tu nueva ciudad! – reía mientras me alcanzaba el equipaje de mano. A lo que yo reí un poco avergonzada.

Nos dirigimos a la puerta por la que debía de embarcar. Una vez allí, y tras la apertura de dicha puerta, se produjo uno de los momentos más duros de mi vida: la despedida.
Una despedida que nunca había imaginado… no se había dado el momento, bueno, más bien no había querido que se diese.

- Bueno… - lo miré tras observar a mis espaldas como la gente iba embarcando.
- Bueno… - contestó suspirando. Sin pensarlo dos veces lo abracé fuerte, muy fuerte. Necesitaba mucho su abrazo. Necesitaba saber de su apoyo en esos momentos. Y me lo demostró. Lo supe en cuanto sentí sus brazos apretando mi cintura con la misma fuerza que yo a él.

- Yo que tú tomaría el vuelvo ya… sino se te va a escapar – me susurró cuando aún seguíamos abrazados. A lo que me separé un poco de él, dejando mis manos sobre su pecho y las suyas en mi cintura, y girándome un poco para poder observar como la gente terminaba de embarcar.
- Si, creo que ya es hora de irse… - intenté dirigirle una de mis mejores sonrisas, pero no pude, solo me salió una leve sonrisa – Cuídate - le toqué la cara con una de mis manos.
- Lo haré… pero solo si me prometes que tú también lo harás – me sonrió con la misma intensidad que yo. Asentí con la cabeza. – Te echaré de menos, granuja – posó sus labios sobre una de mis mejillas, dejando un beso en ella.
- Yo también a ti – lo miré, agarrándole las manos.
Me dirigí hacia la puerta de embarque, soltando poco a poco su mano mientras lo miraba.
Al llegar le di mis papeles a la mujer que había allí, y tras aceptármelos, miré a Aitor por última vez y embarqué.

[…]

Las azafatas explicaban cada una de las disponibilidades que tenía el avión en caso de turbulencias o malas circunstancias en el vuelo mientras yo miraba la pista del aeropuerto a través de la ventanilla que había junto a mi asiento.

El avión comenzaba a moverse poco a poco alrededor de la pista, y tras dar una pequeña vuelta por ella, se dispuso a despegar. En ese momento recordé lo que me dijo Aitor en la sala de espera del aeropuerto cuando estaban dando el aviso de mi vuelo, y comencé a reír levemente, intentando que la persona de al lado no me escuchase.

[…]

El avión seguía perfectamente su ruta.
Estábamos a más de la mitad del vuelo, por lo que ya faltaba poco para llegar a Milán.
Estaba empezando a necesitar el baño del avión, mi vejiga iba a explotar, así que sin pensarlo ni una vez más me levanté, atravesando todo el pasillo de la división del avión donde me encontraba hasta llegar a él.

Tras unos pocos minutos metida en el servicio del avión, salí de él para dirigirme de nuevo hacia mi asiento.
Iba atravesando de nuevo aquel pasillo cuando de repente alguien me agarró del brazo.
Me giré, observando como agarraba mi brazo un chico rubio con una melena ladeada.

- Mi scusi... – dijo - …potreste dirmi dove il bagno? – me preguntó. El chico parecía ser italiano, pero yo no le entendía del todo, ya que nunca había hablado con nadie en este idioma.
- Lo siento… no sé que quiere decir – intenté explicarle.
- ¡Oh! Lo siento. Yo pensaba que eras italiana… - intentó decir en español con algún que otro fallo y con su acento italiano.
- No se preocupe… - le sonreí. A lo que él me correspondió con otra sonrisa.
- Emmm… ¿Sabe dónde está el baño?
- Si, si… está justo ahí – señalé la puerta del servicio.
- ¡Ok, molto grazie! – sonrió y se dirigió hacia allí.

Tras esto volví a mi asiento, donde cogí mi mp3 para poder escuchar algo de música, pero antes debía de desenredar mis auriculares. ¡Me daba tanto coraje que siempre estuviesen liados!

- Mi scusi… emm… perdone… - miré a la persona que lo decía, y sonreí al ver que era el mismo chico de antes. – Tu nombre es…?
- Nathalie… - respondí de inmediato mientras con mis manos seguía intentando desenredar los cables.
- Yo me llamo Luca – sonrío mirando como no conseguía desenredarlos – ¿Me dejas? – preguntó. A lo que yo asentí con la cabeza y le di los auriculares. Poco a poco iba consiguiendo quitar el lío de los cables hasta dejarlos perfectamente desenredados – toma – seguía sonriendo.
- Molto grazie! – sonreí cogiendo los auriculares.

‘’Señores pasajeros, vuelvan a sus asientos y apaguen sus pertenencias electrónicas. En unos minutos procederemos al aterrizaje’’ – dijeron en varios idiomas.

- Parece que ya vamos a aterrizar – sonrió y volvió a su asiento.

Así fue, el avión aterrizó en el aeropuerto Milán Malpensa, o como dirían los italianos: Milano Malpensa. No podía creer que ya estuviese en la ciudad que durante un largo tiempo iba a ser mi lugar, donde viviría. Era el sueño de cualquier periodista, ya que en esa ciudad seguro surgirían muchas cosas de las cuales algunas seguro que yo misma debería de reproducir en mis artículos.

[...]

Salí del avión y poco a poco pude divisar algunos de los paisajes de la ciudad de Milán.
Una vez cogí mis maletas, salí del aeropuerto, pudiendo ver con plenitud y esplendor aquella ciudad tan bonita y tan glamorosa.

Ahora me encontraba a las puertas de dicho lugar, esperando a que algún taxi quedara libre, pero cuando yo me dirigía a uno, alguien siempre me lo conseguía arrebatar.

Cogí mi teléfono exclusivamente para Italia, ya que así las llamadas me salían más baratas, e intenté llamar a un número de teléfono de taxis que estaba plasmado sobre uno de los carteles de la fachada del edificio.
No entendía nada de lo que la teleoperadora me estaba diciendo a través del teléfono, ya que hablaba italiano demasiado rápido, y encima yo no era una experta hablando ese idioma.

- Oh dios… no entiendo nada de lo que dice… - pensé. Me aparté el pelo de la cara, mostrando mi agobio y nervios mientras daba vueltas de un lado a otro sin separarme de mis maletas – Por favor, ¿puede intentar hablar en español? o aunque sea un poco más despacio… - intentaba explicarle detenidamente a la teleoperadora, pero ésta no entendía lo que quería decir.

De repente, alguien me sorprendió a mis espaldas con tan solo un toquecito en mi hombro.

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