sábado, 4 de septiembre de 2010

Capítulo 7

Era viernes, más concretamente 20 de Febrero. Por las ventanas del piso entraba aquella luz mañanera que tanto me gustaba, y aquel ruido de los coches que comenzaban a funcionar a esas tempranas horas en que sus dueños iban una vez más a sus labores.
Parecía un día como otro cualquiera, pero no era así. Esa fecha iba a ser importante en mi carrera profesional, aunque a la vez un poco duro a nivel personal.
Aquel día tocaba despedirse de los compañeros más especiales que había tenido en mi joven vida, bueno, más bien los únicos que había podido tener; tocaba dejar la empresa que tantos artículos había publicado en mi nombre, que tanto me había enseñado para poder avanzar en mi carrera, y que tanto trabajo me dio. Allí aprendí muchas cosas con las que seguro podría valerme en otros lugares, y en un futuro no muy lejano. Había crecido profesionalmente casi de las principales bases periodísticas.
Sin duda, ese día sería muy especial en todos los sentidos, ya que por un lado me sentía feliz de poder avanzar en mi profesión, pero por la otra no estaba tan feliz.

Tras despertarme, me dirigí hacia el baño, donde me di una buena ducha para encajar bien las ideas.
Después de secarme, tapé mi cuerpo con una pequeña toalla y me dispuse a salir del baño, dirigiéndome de nuevo a mi habitación.
Justo cuando me estaba vistiendo, entró de repente Aitor. Al verle, pegué saltito acompañado de un pequeño grito.

- ¡¡AITOR!! – dije tapándome los pechos.
- ¡Ostras! – se quedó parado, mirándome.
- ¡Ni ostras, ni nada! – cogí rápido la sábana de la cama con la mano que me quedaba, y me tapé con ella.
- ¿Me… me estabas esperando? – seguía mirándome boquiarbierto, aunque ya estaba tapada con la sábana.
- ¡Yo que voy a estar esperándote a ti! – le dije apurada.
- Oye, que digo yo… - seguía totalmente embobado - …que ya que estás así, y yo estoy aquí… - sonrió pícaro mientras seguía recorriéndome con la mirada.
- Pero… ¡¿Qué dices?! - le tiré uno de los cojines que había en la cama.
- Bueno, vale… ya me voy… pero tu te lo pierdes – sonrío de nuevo, guiñándome un ojo.
- Que si, que si… lo que tu digas… ¡Pero vete! – señalé la puerta con la mano, nerviosa. A lo que él respondió sonriendo y encogiéndose de hombros mientras abría la puerta.

Al irse, me terminé de vestir con rapidez, por si acaso volvía a entrar. No me fiaba ni un pelo de él y sus gracias.
Cuando estaba arreglada, salí de la habitación, yendo hacia la cocina para poder tomar algo de desayunar.
Entré en ella, donde de nuevo me encontré a Aitor.

- ¿Otra vez tú? – dije mirándole.
- Vivo aquí, ¿recuerdas? – reía al escucharme.
- Si si, lo sé… - dije buscando el bote de café – Oye, ¿y tú que hacías entrando en mi habitación así de repente?
- Creía que te habías quedado dormida, y fui a despertarte para disculparme por lo de ayer, pero al parecer me encontré algo mejor… - me miró de nuevo con su sonrisa.
- Sin duda, a ti te ha sentado fatal estar tanto tiempo por ahí perdido – meneé la cabeza de un lado a otro.
- Pues, ¿sabes qué? – me miró – que yo siento que me ha sentado de maravilla – sonrió mirando como buscaba el bote de café.
- Pues me alegro por ti… - miraba por todos lados – ¡¿Pero se puede saber donde está el bote de café?!
- ¿El qué, esto? – sacó de detrás de su espalda el bote, provocando que yo lo mirase mal. - Nathalie, estás un poco alterada… relájate un poquito… - dijo irónico mientras me daba el bote. Eso si, con su sonrisa… con su preciosa sonrisa… digo… con su absurda sonrisa. ¡Si es que me sacaba de quicio!

Me preparé mi café y me lo tomé, sin dar mucha importancia a los comentarios de Aitor. Cuando estaba más que lista para irme a por ese último día de trabajo en Madrid, me levanté de la silla, y cogí mis cosas.

- ¿Ya te vas?
- Si… deséame suerte.
- No te hace falta – me sonrió sentado en una silla de la barra de la cocina, que daba al salón. Yo le respondí con otra sonrisa, y a continuación salí del piso.

[…]

Al llegar a la oficina, me saludaron todos, como siempre. Subí por el ascensor y todos me saludaban, dándome la enhorabuena de mi nuevo puesto y demás. Todos estaban muy simpáticos conmigo, aunque claro, era lo normal en estos casos.
Al llegar al tercer piso todo se encontraba con normalidad. Cada uno estaba en su puesto de trabajo y algunos metidos en sus despachos.
Me dirigí hacia el mío, pasando por los respectivos saludos mañaneros de siempre.
Entré en mi despacho y me senté en la silla, colocando antes el bolso en su particular sitio. Encendí el ordenador, observando todo el trabajo que tenía pendiente para ese último día. Quería dejarlo todo perfecto y que se quedara de mi una impresión buena, y también para que el que viniese luego no se encontrara con todo ese trabajo de por medio.
Me puse enseguida con todo.

[…]

La mañana avanzaba, ya era medio día, y yo seguía encerrada en mi despacho terminando de detallar todo lo pendiente, cuando de repente llamaron a la puerta.

- ¿Se puede? – asomó la cabeza por la puerta, Aitor.
- ¡Si, pasa! ¿Pero que haces aquí? – lo miré sorprendida y con una sonrisa en mi cara.
- Pues nada, estaba por aquí con mi búsqueda de trabajo, y pensé en venir a recogerte y así nos vamos juntos a casa – sonrió, cerrando la puerta tras él.
- Bueno, por mi vale, pero tengo que terminar unas cositas – miré la pantalla del ordenador.
- ¡De eso nada, señorita! Bastante has hecho ya. Usted ahora se viene conmigo a casa, a comer algo. – hizo que me levantase de la silla.
- Pero Aitor… - dije cogiendo mi bolso, insegura.
- Ni pero, ni para… ¡vamos! – reía agarrándome del brazo.
- Aitor… - abrí la puerta, mirándole.

Al abrirse la puerta, me sobresalté, ya que escuché de repente aplausos.
Ante aquello, giré la cabeza para saber lo que estaba ocurriendo, dándome cuenta de que todos me miraban mientras aplaudían. No tenía palabras ante aquello. Para nada me esperaba esa despedida por parte de ellos.

- ¿Y… y esto? – los miré a todos.
- Te echaremos de menos, Nathalie… - dijeron todos a la vez.

Miré a Aitor, sorprendida y sin saber que decir.

- Por eso viniste a recogerme…
- Bueno, digamos que no podía perderme todo esto – sonrió.

Volví a mirarles a todos, dirigiendo luego mi mirada hacia Gonzalo, el director de la empresa.

- Nathalie, espero que todo te vaya genial... te lo mereces. – sonrió, pero yo no pude reaccionar de otra forma que abrazándole.
- ¡Gracias a todos, de verdad… no tengo palabras! – me mostraba un poco emocionado con todo.

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