jueves, 30 de diciembre de 2010

Capítulo 16

Las siete de la mañana, el despertador sonaba con su habitual ruido incómodo mientras la luz comenzaba a atravesar las rosadas cortinas sobre las cristaleras de la habitación.
Me levanté de la cama con una extraña sensación, quizás por aquello de no sentirte en tu espacio. Froté mis ojos con las yemas de los dedos, a la vez que un bostezo se escapaba de mi boca. Mis pupilas quedaban inundadas, y las cortinas de la habitación se abrían lenta y levemente. La intensidad del sol se veía reflejada en mi cara, y mis párpados caían sobre mis ojos, cerrándolos por la incomodidad de la luz sobre ellos.
Poco a poco, mi vista se iba acostumbrando a esa claridad, hasta que pude divisar con plenitud aquella hermosa ciudad en la que me encontraba. 
Su hermosura brillaba por momentos: una amplia calle llena de edificios frente al hotel, con tiendas en los bajos y viviendas en el resto, rodeado de grandes árboles de todo tipo por todos lados. Se podía comprobar la lejanía del verde bosque en cada uno de los estrechos callejones que separaban los últimos edificios que la vista humana alcanzaba a ver. En los lados del paisaje, había grandes terrenos ocupados por el sector comercio y productivo.

Miré abajo, pudiendo observar como la gente paseaba con toda la elegancia, y como los niños más pequeños jugaban con sus amigos, hermanos o padres a las puertas de sus lugares.
De todo esto, hubo algo que me llamó bastante la atención: una niña, agarrada de la mano de un chico, miraba hacia la ventana de mi habitación, saludándome inocentemente con la mano.
Al verla, le mostré una sonrisa, devolviéndola así su saludo.
De repente alguien tocó a la puerta, y tuve que abrir, encontrándome al otro lado de ella a Alessia.

- ¡Muy buenos días! - abrió sus brazos mientras pegaba un pequeño salto, divertida.
- Y tú, ¿qué haces aquí? - reí, bostezando un poco.
- Nath, se dice hola - refunfuñaba, entrando.
- Hola, hola - respondí rápido - ¿qué haces aquí? 
- Venir a darte los buenos días, querida - puso morritos.
- Ya, claro, y yo soy rubia - me eché a reír - Anda pava, que ya sé que has venido por Álvaro, el botones.
- ¡Así que se llama Álvaro! - se mordía el labio, imaginándolo.

Tras verla así, comencé a reír a carcajadas. Después me metí en el baño a darme una ducha y, a continuación, me vestí.

Salimos del hotel, dirigiéndonos a un puesto donde vendían café y algo de bollería.
Ambas nos compramos un café y un donut, sentándonos después a tomárnoslo en el banco de un parque de las cercanías del hotel.

- ¿Te imaginas que ahora, sin más, llegue un buenorro y me diga que quiere pasar el resto de su vida conmigo y que me case con él?
- Eso es imposible, de un día para otro no va a llegar un tío que te diga eso - reí leve, pegando un mordisco a mi donut.
- Bueno, pero no me quites las ilus... - iba a decir, pero fue interrumpida por una niña a la que se le había escapado el balón, la misma que antes me había saludado. Alessia cogió el balón y se lo dio con una sonrisa.
- Toma, guapa. Ten cuidado, no se te vaya a perder - le acarició el pelo.
- ¡Paola! - vino rápidamente un chico, en busca de la niña - Paola, te tengo dicho que no te alejes...
- Pero mi balón se había escapado... - dijo muy inocente, mirando al chico.
- No se preocupe, yo le di el balón y ya se iba - le explicó Alessia, con una sonrisa.
- Bueno, está bien - le dijo a la niña. Después nos miró, en especial a Alessia - Muchas gracias  entonces - sonreía de una manera encantadora, y ella le respondió con otra igual.
- Por cierto, muy guapa su hija - soltó ella.
- Oh, no no - negaba con las manos - No es mi hija, es mi prima... la suelo cuidar de vez en cuando - aclaró, riendo leve.
- ¡Anda, pues pensé que era tu hija y todo! - rió avergonzada.
- ¿Te parece si te doy mi número y me llamas cuando puedas? - soltó el chico de repente, sacando del bolsillo de su pantalón una tarjetita, ofreciéndosela.
- ¡Oh, claro! - la cogió con una gran sonrisa plasmada en su cara. El chico se la devolvió, agarrando la mano de la pequeña niña y yéndose.
- Bueno, no me ha pedido que me case con él, ¡pero por algo se empieza! - suspiraba embobada, mirando la tarjeta. Yo reí al verla de tal manera.

Al poco rato nos fuimos de allí, dirección a la oficina.
Durante todo el trayecto, Alessia estuvo hablando de aquel chico. No paraba, era como un disco rayado... siempre repitiendo lo mismo una y otra vez.

- A ver, Alessia... - suspiré - ¿Cuántas veces me has repetido lo guapo y simpático que parece ese tal Diego?
- ¿Muchas... veces...? - fruncía el ceño.
- Exacto - asentí a la misma vez con la cabeza - Así que cállate un poquito ya, ¡que eres peor que los loros! - me toqué la cabeza, haciéndole saber que me dolía  de escucharla diciendo lo mismo tantas veces.
- Vale, vale... - arrugaba la frente y ponía algo de morros, refunfuñando.

Nos separamos, cada una se fue a sus labores mientras los minutos pasaban veloces.
A media mañana, Alessia y yo fuimos a tomar un café a la salita correspondiente de la empresa. Ella no paraba de hablar y hablar... eso sí, todo sobre lo "buenorro" que estaba el chico del parque, Diego. Como no.
Mientras, alguien escuchó un poco de nuestra conversación, a nuestras espaldas, sin que nos percatásemos de ello, ya que ambas estábamos distraídas.

- Oye, que digo yo... - dije mientras miraba la sección de anuncios del periódico - ...si tanto te gustó, ¿porqué no le llamas? te dio su número.
- ¿Debería? - me miró de repente.
- Pienso que sí... - subrayé uno de los anuncios de vivienda - aunque bueno, puede pensar que eres una desesperada. 
- ¡Dios no!
- O, por otra parte, puede pensar que le gustaste mucho. Cosa que sería positiva, ¿no? - solté una pequeña sonrisa.
- Puede ser... - hizo una mueca - ¡pero entonces estoy en las mismas! - suspiró.
- Si me permitís la interrupción... - dijo aquel chico que estaba a nuestras espaldas - ...pienso que deberías esperar unos días a llamarle... créeme, si lo llamas ahora, pensará que estás desesperada - mostró una agradable sonrisa, sentándose en una de las sillas.
- Tú... - se me escapó bajo, pero con el suficiente tono como para que ellos se enterasen.
- Muy buenas - sonrió, mirándome - de nuevo - continuó.
- ¿Os conocéis? - preguntó Alessia, levantando una de sus cejas.
- ¿Me estás siguiendo? Porque sino no me explico esto - solté con un tono gracioso, provocando en el chico una leve risa.
- No, para nada. Trabajo aquí, soy fotógrafo. 
- ¿Fo...Fotógrafo? ¿Aquí? - dije asombrada.
- Exacto - asintió con la cabeza - Ya me enteré que tienes un puesto aquí, vi como tu ficha la llevaba el jefe - sonrió de nuevo - A ver si eres tú la que me está siguiendo a mi... - tomó un poco de su café, y yo reí ante aquello.
- ¿Hola? ¿Alguien me escucha? - insistía Alessia tras ser ignorada.
- Nathalie... te llamabas, ¿verdad? - dijo, y yo asentí.
- Lucas, ¿no? - alcé uno de mis dedos, señalándolo un poco.
- Eso mismo pero sin la "s" - soltó una risita.
- Luca... - dije tras pensarlo unos segundos.
- Eso está mejor - pegó un último sorbo de su café, observando mi lista subrayada de anuncios de viviendas - ¿Buscas piso?
- Si, algo sencillo - bajé mi vista al periódico.
- Si, yo también busco... ¡que me hagáis caso! - decía Alessia, medio desesperada.
- Tengo a un amigo que busca compañero o compañera de piso, iba a poner un anuncio mañana pero si quieres le digo que espere... así eres la primera.
- ¿En serio? - dije algo sorprendida.
- Claro, yo se lo comento - cogió un bolígrafo, escribiendo sobre el periódico una dirección - Ve allí esta tarde, a las 7.
- Por supuesto, ¡allí estaré! - le dediqué una amplia sonrisa - ¡Muchas gracias por tercera vez!
- No hay de qué - se dirigió a la puerta para irse, pero al llegar a ella se giró - Por cierto, encantado por tercera vez - sonrió, imitándome - y... bonita sonrisa - salió de aquella habitación, dejándome un poco sonrojada.
- Bueno, ¿me vas a hacer caso de una vez? - dijo Alessia - Nathalie............. ¿Nathalie?............. ¡Nathalie!............. - insistió varias veces al no obtener respuestas - ¡Aaaaaaaaag, que mujer! - refunfuñaba una y otra vez.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Capítulo 15

Habíamos pasado por el hotel donde me alojaría durante unos cuantos días, hasta que encontrase un piso para quedarme. Después fuimos a dar una vuelta por la gran ciudad y, por supuesto, a visitar los sitios que formaban ese maravilloso lugar.

Ya habíamos visitado las zonas más populares de Milán, las necesarias para poder guiarme bien durante mi estancia allí.
La verdad es que Alessia se estaba portando genial conmigo, y estaba cuidando que supiese lo fundamental. Me mostraba confianza, algo que me asombró bastante, ya que no nos conocíamos, pero era muy simpática, me estaba empezando a caer bien. Además, ¡la chica era una gran guía de su ciudad! Si, Alessia era milanesa, era una de las cosas que me había estado contando durante ese maravilloso día que pasamos por el glamoroso lugar.
Por cierto, recuerdo que era un hermoso día soleado, con el habitual aire fresco a la época del año, y unas grandes y blancas nubes. Espléndido, en toda regla.

Íbamos de camino a mi hotel, ya que estaba agotada y además debía de descansar para el día siguiente.
Mientras, comentábamos algunas cosas sobre nosotras, para así conocernos mejor.

- Entonces eres española, ¿no?
- Sí, exactamente de Madrid – sonreí orgullosa, y ella mostró un rostro de un pequeño asombro.
- ¿Sabes? ¡Madrid es una de mis ciudades favoritas!
- ¿Enserio? – dije con todo animado.
- ¡Y tan enserio! Aun que, la verdad, nunca tuve la oportunidad de ir por España…
- Ah, ¿no? ¡Pues pensé que sí, por lo bien que hablas el idioma!
- Bueno, eso de debe a que mi padre es español, y aun que no lo parezca… ¡se pega! – soltó una leve sonrisa, y se la respondí con otra algo más intensa.

De repente el taxi se detuvo a las puertas del hotel, y tras despedirme de Alessia, salí del vehículo.

Entré en el edificio y, tras recoger las llaves en recepción, me adentré entre los diferentes pasillos, en busca de mi habitación.
Por culpa de mi torpeza de siempre, se me había olvidado el recorrido que debía hacer hasta ella.

- La 119… la 124… la 126…  vale, esta tampoco debe de ser la planta…

Subí las escaleras hasta el tercer piso, encontrándome de nuevo otros dos pasillos en direcciones contrarias.

- Esta planta debería de ser la de los trescientos… - miré a ambos lados - …probemos con este… - dije para mí misma, dirigiéndome al pasillo de la izquierda.

Comencé a mirar por aquel pasillo, que por cierto, era infinito, y me dispuse a observar cada uno de los letreros colgados sobre las puertas.
Tras comprobar que el número de mi habitación no se correspondía con ninguna de las puertas, me di media vuelta para poder atravesar el pasillo, y así entrar en el otro. A lo lejos pude ver a un chico, el cual parecía estar encargándose de que la gente encontrase sus habitaciones con total comodidad, por lo que anduve hacia él lo más rápido que pude, para que no se me escapase.

- ¡Perdone! – dije en un tono lo suficientemente alto para que me escuchase solo él, y no el hotel entero. El chico se giró, esperando a que llegase hacia él. – Perdone, ¿sabe donde se encuentra la habitación 340?  Es que se me hace imposible encontrarla entre tanto pasillo… - lo miré unos segundos, esperando una respuesta – …oh, ¡perdón! ¡Eres italiano y no me entiendes! Que torpeza la mía, ¡a veces se me olvida que estoy en Italia! Seguro que estás pensando: ‘’¿que dice ésta mujer?’’ pero es que no sé como decírtelo… ando escasa de italiano. Oh dios, ¿porqué no tomé clases de italiano? … Sé que no me entiendes, pero lo siento, ¡cuando estoy nerviosa no puedo parar de hablar, soy como un loro!
- No, no, tranquila, ¡si le entiendo perfectamente! ¡Soy español! – Echó una risita al escucharme hablar tanto en tres segundos. En ese momento creo que mi cara era un cuadro rojo, de ningún otro color.
- ¿De verdad? ¡Eso se dice antes! – suspiré – En ese caso, ¡que alegría que seas español! ¡Me vienes de perlas! – sonreí, aún avergonzada, y él me la devolvió.

Me llevó a mi habitación, y una vez dentro le agradecí su acompañamiento hasta allí.

- Por cierto, si necesitas de nuevo a un español, pregunta por Álvaro – añadió con una sonrisa antes de cerrar la puerta.
- Soy Nathalie, un placer – solté de inmediato.

[…]

Abrí mis maletas, buscando ropa interior limpia y algún pijama para poder irme a dormir, ya que me acababa de dar un bañito calentito y estaba medio dormida, además de que estaba algo cansada, y necesitaba recargar pilas para el día siguiente.
Eso sí, recuerdo que antes de irme a dormir me comí una rica pizza individual al puro modo italiano, la cual había pedido al servicio de habitaciones minutos antes. Umm… aún puedo olerla como si la tuviese delante, y saborearla como si la tuviese en mi boca. Fue la mejor pizza que pude comer en mi vida, sin duda alguna.

domingo, 10 de octubre de 2010

Capítulo 14

Con el sobresalto, me giré hacia la persona que me acababa de sorprender, como un acto reflejo, pegando un gritito a la vez.

- Tranquila, no te asustes – reía un poquito.
- Uff… que susto me has metido… emmm… Luca… - se me escapó una risita nerviosa, ya que en un principio no había recordado su nombre.
- Oh, lo siento, no era mi intención – sonreía – te vi un poco nerviosa, y pensé que quizás yo podría ayudarte, ya que por lo que veo no hay manera de que consigas comunicarte con la operadora – miraba mi móvil con una sonrisa graciosa.
- Si, bueno… o ella no me entiende… - miré mi móvil de una manera un tanto divertida, produciendo en él una pequeña risita. Observé como el número de teléfono aún estaba activo. Me coloqué el móvil en la oreja, intentando que ella comprendiese lo que decía.
Luca, tras observar mi desesperación y ganas de mandar al quinto carajo a la operadora, decidió intervenir.

- ¿Quieres que te ayude? Recuerda que soy italiano… - tendió su mano abierta, esperando que colocase sobre ella el teléfono.
- ¿En serio? La verdad es que me harías un enorme favor… - sonreí, dándole el móvil. Él lo cogió y se lo colocó la oreja, comenzando así a hablar en italiano con la operadora. Era increíble la fluidez que tenían los italianos para hablar entre ellos, realmente me quedé sorprendida.
- En un rato estará tu taxi aquí – me comunicó tras colgar y devolverme el móvil.
- ¡Muchísimas gracias! o… molto grazie! ¡No sabes cuanto te lo agradezco!

El chico sonrió y cogió sus maletas, que las había dejado en el suelo, y miró hacia uno de los taxis que se encontraba a un lado de la acera, junto a él se encontraba una chica que parecía estar esperándole.

- Un placer haberte conocido – sonrió, a lo que yo le respondí con otra sonrisa. Él se giró con sus maletas en mano, y se dirigió hacia donde se encontraba la chica. Ambos se introdujeron en el coche mientras comentaban sobre algo. No sé que sería ese algo, pero en ese momento tenía la sensación de que el tema de conversación era yo.

[…]

Tras dejar las maletas bien colocadas en el maletero, me monté en el taxi, el cual acababa de llegar, y le pedí al conductor que me llevase a las oficinas de la revista italiana en la que iba a trabajar desde ese mismo día.
Me fijé en el reloj del taxi, viendo que eran las 11 de la mañana. Era comprensible que llegara a trabajar el primer día a esas horas, ya que yo debí de coger mi vuelo hacia Milán a primera hora de la mañana, y obviamente no podía llegar más temprano.

Al parecer las oficinas no estaban tan lejos, por lo que llegué más rápido de lo que esperaba.
Tras pagarle al taxista lo que estaba expuesto en el marcador, salí del auto, y me introduje en el edificio por la puerta principal, la cual estaba muy remarcada con un gran cartel con el nombre de la revista.

- Perdone, ¿me puede indicar donde está el señor… - saqué de mi bolsillo el papel que contenía el nombre del director - …Garibaldi? – le pregunté a la recepcionista.
- Espere un momento. – me dijo en perfecto español, y llamó por el típico teléfono de recepcionista. Tras unos segundos, me miró – Le está esperando en el despacho del final del pasillo del cuarto piso – me indicó.
- Gracias. – le agradecí, y me dirigí así hacia la puerta del ascensor, donde parecía estar esperando unas cuantas personas más.

Me metí en el ascensor con un montón de gente más, íbamos todos demasiado pegados, y en algún momento noté un cuerpo más cerca de lo normal, por lo que cuando llegué a la cuarta planta di gracias al señor por dejarme salir de ahí.
Atravesé uno de los pasillos de la cuarta planta, el que parecía ser el más grande, suponiendo que al final de ese pasillo estaría el despacho del Sr. Garibaldi, ya que la recepcionista no me indicó cual de los pasillos era el que debía de coger, pero aún así escogí bien. Llegué al final del largo pasillo, parándome frente a una puerta con una placa dorada sobre la que ponía: ‘’INDIRIZZO – Mr. Garibaldi’’… o como diríamos en España: ‘’DIRECCIÓN – Sr. Garibaldi’’.
Di unos suaves golpecitos sobre la madera de la dura puerta, escuchando un: ‘’Può passare’’. Tras escuchar esto, supe que me estaba dando permiso para poder entrar, por lo que abrí un poquito la puerta, lo suficiente para poder asomarme.

- ¿Sr. Garibaldi? – pregunté por si acaso. A lo que él asintió con la cabeza, y con sus manos me ofreció asiento.
- Usted debe ser Nathalie, ¿o me equivoco? – me miró con una sonrisa, así que asentí con otra. - ¡Oh! ¡Es un verdadero placer conocerle! – me tendió la mano - ¡Gonzalo me habló muy bien de usted!
- ¡No por dios, el placer el mío! – sonreí, agarrándole la mano y agitándola suavemente unas cuantas veces.
- Bueno, y… ¡usted dirá! ¿Cuándo empieza? – me soltó la pregunta de golpe.
- Pues… ¡cuando usted quiera, como si quiere que empiece ahora! – le contesté animada.
- Bueno, supongo que va a estar en un hotel hasta que encuentre un piso y que aún no pasó a dejar sus maletas, ¿verdad? – miró mis maletas junto a mi. Asentí con la cabeza, riendo. – Bueno, y supongo que querrá conocer un poco su nueva ciudad, ¿verdad? – volví a asentir. – Vale, pues… ¿qué le parece si hace todo eso hoy y mañana empieza a primera hora de la mañana? – sonrió de una manera bastante simpática.
- ¿Enserio? – estaba muy sorprendida por ello, la verdad.
- ¡Claro! Ahora mismo llamo a alguna de mis empleadas para que le acompañe al hotel y le enseñe un poco la ciudad – sonrió mientras cogía el teléfono de la oficina.

[…]

- ¿Mi stati chiamando? – dijo una chica que acaba de llegar al despacho. El director de la empresa asintió y la hizo pasar.
- Nathalie, ella es Alessia. Va a ser tu compañera durante el tiempo que estés por aquí, y hoy te va a acompañar en todo. Además, si necesitas algo, pídeselo a ella, ya que es la que sabe hablar español a la perfección – me aclaró.
- ¡Oh! ¿Una española? – dijo sorprendida, y asentí con la cabeza. - ¡Encantada! Soy Alessia, pero me puedes llamar Ale. Si necesitas algo… ¡ya sabes, soy todo oídos! – sonrió. La verdad es que la chica parecía bastante simpática. No la conocía, pero me daba buenas vibraciones.
- ¡Igualmente! Yo soy Nathalie, pero me puedes llamar Nath – sonreí de la misma manera que ella lo hacía.
- Bueno, pues espero que habléis mucho, os conozcáis y que aprendas mucho de Milán… así que, si me disculpáis… - nos ofreció salir. Asentimos y nos fuimos de allí.

domingo, 3 de octubre de 2010

Capítulo 13

‘’Pasajeros del vuelo 205 con destino a Milán, embarquen por la puerta número 15. Gracias’’.

Me levanté del asiento en menos de dos segundos con tan solo escuchar la ciudad a la que se destinaba el avión.
Si, soy de ese tipo de personas que creen que por no levantarse al instante, el vuelo lo perdería.
Como casi un acto reflejo, Aitor se levantó al verme con tal rapidez, y no pudo evitar hacer una de sus gracias para bajar la tensión del momento.

- Con tranquilidad… ¡que al final la que va a despegar del suelo vas a ser tú!, ¡que impaciente estás por llegar a tu nueva ciudad! – reía mientras me alcanzaba el equipaje de mano. A lo que yo reí un poco avergonzada.

Nos dirigimos a la puerta por la que debía de embarcar. Una vez allí, y tras la apertura de dicha puerta, se produjo uno de los momentos más duros de mi vida: la despedida.
Una despedida que nunca había imaginado… no se había dado el momento, bueno, más bien no había querido que se diese.

- Bueno… - lo miré tras observar a mis espaldas como la gente iba embarcando.
- Bueno… - contestó suspirando. Sin pensarlo dos veces lo abracé fuerte, muy fuerte. Necesitaba mucho su abrazo. Necesitaba saber de su apoyo en esos momentos. Y me lo demostró. Lo supe en cuanto sentí sus brazos apretando mi cintura con la misma fuerza que yo a él.

- Yo que tú tomaría el vuelvo ya… sino se te va a escapar – me susurró cuando aún seguíamos abrazados. A lo que me separé un poco de él, dejando mis manos sobre su pecho y las suyas en mi cintura, y girándome un poco para poder observar como la gente terminaba de embarcar.
- Si, creo que ya es hora de irse… - intenté dirigirle una de mis mejores sonrisas, pero no pude, solo me salió una leve sonrisa – Cuídate - le toqué la cara con una de mis manos.
- Lo haré… pero solo si me prometes que tú también lo harás – me sonrió con la misma intensidad que yo. Asentí con la cabeza. – Te echaré de menos, granuja – posó sus labios sobre una de mis mejillas, dejando un beso en ella.
- Yo también a ti – lo miré, agarrándole las manos.
Me dirigí hacia la puerta de embarque, soltando poco a poco su mano mientras lo miraba.
Al llegar le di mis papeles a la mujer que había allí, y tras aceptármelos, miré a Aitor por última vez y embarqué.

[…]

Las azafatas explicaban cada una de las disponibilidades que tenía el avión en caso de turbulencias o malas circunstancias en el vuelo mientras yo miraba la pista del aeropuerto a través de la ventanilla que había junto a mi asiento.

El avión comenzaba a moverse poco a poco alrededor de la pista, y tras dar una pequeña vuelta por ella, se dispuso a despegar. En ese momento recordé lo que me dijo Aitor en la sala de espera del aeropuerto cuando estaban dando el aviso de mi vuelo, y comencé a reír levemente, intentando que la persona de al lado no me escuchase.

[…]

El avión seguía perfectamente su ruta.
Estábamos a más de la mitad del vuelo, por lo que ya faltaba poco para llegar a Milán.
Estaba empezando a necesitar el baño del avión, mi vejiga iba a explotar, así que sin pensarlo ni una vez más me levanté, atravesando todo el pasillo de la división del avión donde me encontraba hasta llegar a él.

Tras unos pocos minutos metida en el servicio del avión, salí de él para dirigirme de nuevo hacia mi asiento.
Iba atravesando de nuevo aquel pasillo cuando de repente alguien me agarró del brazo.
Me giré, observando como agarraba mi brazo un chico rubio con una melena ladeada.

- Mi scusi... – dijo - …potreste dirmi dove il bagno? – me preguntó. El chico parecía ser italiano, pero yo no le entendía del todo, ya que nunca había hablado con nadie en este idioma.
- Lo siento… no sé que quiere decir – intenté explicarle.
- ¡Oh! Lo siento. Yo pensaba que eras italiana… - intentó decir en español con algún que otro fallo y con su acento italiano.
- No se preocupe… - le sonreí. A lo que él me correspondió con otra sonrisa.
- Emmm… ¿Sabe dónde está el baño?
- Si, si… está justo ahí – señalé la puerta del servicio.
- ¡Ok, molto grazie! – sonrió y se dirigió hacia allí.

Tras esto volví a mi asiento, donde cogí mi mp3 para poder escuchar algo de música, pero antes debía de desenredar mis auriculares. ¡Me daba tanto coraje que siempre estuviesen liados!

- Mi scusi… emm… perdone… - miré a la persona que lo decía, y sonreí al ver que era el mismo chico de antes. – Tu nombre es…?
- Nathalie… - respondí de inmediato mientras con mis manos seguía intentando desenredar los cables.
- Yo me llamo Luca – sonrío mirando como no conseguía desenredarlos – ¿Me dejas? – preguntó. A lo que yo asentí con la cabeza y le di los auriculares. Poco a poco iba consiguiendo quitar el lío de los cables hasta dejarlos perfectamente desenredados – toma – seguía sonriendo.
- Molto grazie! – sonreí cogiendo los auriculares.

‘’Señores pasajeros, vuelvan a sus asientos y apaguen sus pertenencias electrónicas. En unos minutos procederemos al aterrizaje’’ – dijeron en varios idiomas.

- Parece que ya vamos a aterrizar – sonrió y volvió a su asiento.

Así fue, el avión aterrizó en el aeropuerto Milán Malpensa, o como dirían los italianos: Milano Malpensa. No podía creer que ya estuviese en la ciudad que durante un largo tiempo iba a ser mi lugar, donde viviría. Era el sueño de cualquier periodista, ya que en esa ciudad seguro surgirían muchas cosas de las cuales algunas seguro que yo misma debería de reproducir en mis artículos.

[...]

Salí del avión y poco a poco pude divisar algunos de los paisajes de la ciudad de Milán.
Una vez cogí mis maletas, salí del aeropuerto, pudiendo ver con plenitud y esplendor aquella ciudad tan bonita y tan glamorosa.

Ahora me encontraba a las puertas de dicho lugar, esperando a que algún taxi quedara libre, pero cuando yo me dirigía a uno, alguien siempre me lo conseguía arrebatar.

Cogí mi teléfono exclusivamente para Italia, ya que así las llamadas me salían más baratas, e intenté llamar a un número de teléfono de taxis que estaba plasmado sobre uno de los carteles de la fachada del edificio.
No entendía nada de lo que la teleoperadora me estaba diciendo a través del teléfono, ya que hablaba italiano demasiado rápido, y encima yo no era una experta hablando ese idioma.

- Oh dios… no entiendo nada de lo que dice… - pensé. Me aparté el pelo de la cara, mostrando mi agobio y nervios mientras daba vueltas de un lado a otro sin separarme de mis maletas – Por favor, ¿puede intentar hablar en español? o aunque sea un poco más despacio… - intentaba explicarle detenidamente a la teleoperadora, pero ésta no entendía lo que quería decir.

De repente, alguien me sorprendió a mis espaldas con tan solo un toquecito en mi hombro.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Capítulo 12

Un día nuevo se anunciaba por mi ventana. Para variar, la luz atravesaba la misma cristalera de siempre, pero hoy con más intensidad y fuerza.
El despertador sonaba sin parar, provocando que me despertase de mi profundo sueño. Las cortinas se movían muy levemente, ya que la ventana se había quedado abierta unos cuantos milímetros, y por ella entraba algo de frío.
Me levanté entre escalofríos, y frotando mis brazos con algo de rapidez para poder entrar un poco en calor.
Recuerdo que ese día tenía ganas de vivirlo al máximo, ya que era un nuevo día que la vida me había dado la oportunidad de poder tener y disfrutar, y por supuesto, tenía la sensación de que sería uno de esos días que debería de exprimir al máximo hasta dejarlo en casi nada, o si puede ser… en nada.
Sin duda, sería especial e importante.

Tras ducharme y arreglarme, me dispuse a revisar mis maletas, por si se me olvidaba algo.
Cuando terminé de hacerlo, me dirigí a la cocina para desayunar, donde para mi asombro, encontré sobre la encimera de ésta un desayuno increíble: tostadas, magdalenas, leche, zumo… un lujazo, vamos. Aunque la verdadera sorpresa fue encontrarme al lado a Aitor, medio dormido sobre la encimera, junto a ese gran banquete.

Me acerqué a él, y me senté en el taburete alto que estaba colocado al otro lado de la encimera y que daba al salón, pero a la vez estaba frente a él. Acerqué mis labios hacia su oído, susurrándole: ‘’Despierte, querido cocinero’’, lo que provocó que se despertase de golpe, creando en mí un sobresalto.

- Nath… - me miraba con los ojos pegados.
- ¿Has preparado tú todo esto? – sonreí, mirándole a los ojos. A lo que él asintió entre gestos, medio adormilado.
- Vaya… y, ¿para qué?
- Para ti… - soltó una sonrisa torcida.
- ¿Para mi? Pero… - me tapó la boca con el dedo.
- Shhh… no lo estropees – volvió a sonreír – Lo hice simplemente para disculparme por lo de ayer… sé que te agobié demasiado… y lo siento… ah, y para despedirme de ti… bueno, si sigues con la idea de que no me vaya contigo, claro… - negué con la cabeza, sin decir nada. – Está bien, entonces tómalo como una disculpa y una despedida… Además… - apoyó sus manos sobre las mías, que estaban colocadas sobre la encimera - …no quiero que te vayas estando de bronca conmigo… es lo último que quiero. – Me levanté del taburete alto, rodeé la mesa, entrando en la cocina, y acercándome a él para abrazarle. Si, necesitaba tantísimo ese abrazo.

Estuvimos unos segundos abrazados. Para mí fueron los mejores, y me dieron muchísima fuerza. Luego nos separamos, sonriendo.

- Bueno, tómate el desayuno, que se le van a ir las vitaminas al zumo – reía haciendo la gracia.
- Vale, ¡pero con una condición! – volví a mi sitio - ¡que te lo tomes conmigo!
- Vale, pero no sé si el zumo dará de sí para dos personas – volvió a reír.
- ¡No, tonto! ¡El desayuno! – reí.
- Ah bueno, ¡eso está más que hecho! – se dio unos golpecitos en el estómago, haciéndome saber que tenía hambre. A lo que reí por el gesto, y luego cogí el zumo, tomándomelo con una tostada.

[…]

Miré el reloj, y mi cara se descompuso.

- ¡Mierda! – me levanté apurada de la silla - ¡Que voy a perder el tiempo de embarque de maletas! – me tomé rápido lo que quedaba en el vaso de zumo, y fui a la habitación a por mis cosas.
- ¿Ya te vas? – se levantó y salió de la cocina a paso ligero.
- Si, que sino me quedo en tierra… - salí de la habitación.
- ¿Te llevo?
- No, no hace falta… pero gracias – sonreí.
- ¡Que si mujer! ¡Que tú sola no puedes con eso! – insistió al ver como intentaba caminar con tantas cosas en las manos.
- Bueno, ¡está bien! … ¡Creo que tu ayuda me vendrá de perlas! – reí y salí de la casa con su ayuda.

Una vez en la cochera, Aitor me ayudó a colocar en el maletero todas las cosas, y después nos metimos en el coche.

De camino al aeropuerto, estuvimos hablando y disfrutando de ese último rato juntos, ya que no sabíamos cuando sería la próxima vez que nos veríamos. Puede que en meses, o puede que en años… ¿quién sabe?

[…]

Entré en el aeropuerto con mis maletas, por supuesto, con la ayuda de Aitor.
Después facturé el equipaje para embarque, y Aitor insistió en permanecer conmigo hasta que saliese el aviso de mi vuelo.

Ah, ¿aún no os dije a dónde viajaba?
Uy, fallo técnico.
Mi destino sería la ciudad de Milán. Un lugar muy importante y conocido, situado en Italia. ¡Me encantaba la idea de ir a ese sitio! ¿Qué mejor ciudad para empezar una nueva vida que en Milán?

Ahora solo tocaba esperar a que anunciasen por los altavoces mi vuelo. Ya poco quedaba, estaba segura.
Me encontraba con nervios hacia la espera, pero Aitor me hizo distraerme un rato con sus payasadas. De verdad, este hombre es único.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Capítulo 11

De pronto se escuchó moverse el pestillo que cerraba la puerta, abriéndose ésta. Mi cuerpo reaccionó ante ello, provocando que me levantase con rapidez del suelo, casi como un acto reflejo. Justo en ese momento, Aitor salió de ella. Yo me encontraba frente a él, suplicándole con la mirada un perdón, pero él sólo cruzó nuestras miradas durante a penas dos segundos, y luego la esquivó para cruzar el salón hacia la puerta.

- Aitor… - ignoraba mi llamada mientras cogía las llaves de la mesita - …lo siento… lo siento mucho… - esto provocó que él se girase hacia mí.
- ¿El qué sientes? – me miraba con seriedad.
- Lo que dije antes… lo siento, no debí decirlo…
- Ya… - dijo sin convencimiento alguno – Pues hay cosas que es mejor no decirlas – se hizo el silencio, en el que se volvieron a cruzar nuestras miradas – ni pensarlas – continuó.
- Aitor… yo… lo siento… - volví a repetir - ¿Qué puedo hacer para que me perdones?
- ¿Enserio quieres saberlo? – soltó las llaves sobre la mesita y comenzó a avanzar hacia donde yo estaba. Yo asentí asentí con la cabeza. – Deja que me vaya contigo.
- Aitor… ya sabes que no pued… - me tapó la boca con la mano mientras se arrimaba más.
- Deja que me vaya contigo… deja que podamos comenzar una vida nueva, que creemos nuestro particular ambiente en otro lugar, que vivamos esta experiencia… - puso una de sus manos bajo mi barbilla mientras decía esto - …juntos.

Al escuchar todo esto me quedé sin palabras. Todo sonaba a maravillas, pero no, no podía permitir que lo dejase todo por un viaje.

- No – dije firme, separándome de él.
- ¿Porqué no? – su mirada era de confusión – Nathalie, ¡gano más de lo que pierdo!
- No, no… ¡pierdes más de lo que ganas!
- ¿Porqué eres tan cabezota?, ¿Porqué te empeñas en que no me vaya contigo? – él avanzaba hacia mí a la vez de que yo iba retrocediendo - ¿Ves? Te alejas de mi… - seguía intentando acorralarme - ¿Porqué quieres alejarte de mi?, ¿Porqué conforme pasan los segundos siento que estoy perdiéndote cada vez más? – choqué mi espalda contra el estrecho tabique que separaba las puertas de nuestras habitaciones, y él frente a mi, pegado a mi cuerpo - ¡¿PORQUÉ?! – agarró mis muñecas.
- ¡Porque no quiero más acercamiento contigo! – grité ante el agobio.
- Dime sólo un porqué sobre lo que acabas de decir, solo uno… - seguíamos en la misma posición, parecía que no se cansaba de ello.
- ¿Quieres un porqué?, ¿Enserio lo quieres? – lo miré desesperada, a lo que él asintió firme. - ¡Porque me confundes, y no quiero vivir en una laguna de confusión! – solté sin más. Si no lo decía iba a reventar.

Soltó mis muñecas mientras me dirigía una mirada atónita.
¿Era mi impresión o Aitor estaba exageradamente asombrado?
Pero… ¿de verdad estaba confundida o simplemente me salió solo por el agobio?
A lo mejor esa no era la manera ni el momento más apropiados para decir aquello, pero ya lo dije… la papeleta ya estaba echada. Fuese o no verdad.
Su mirada sólo me transmitía asombro y desconcierto.
Tras decir aquello sentí que me había quitado un peso de encima por una parte, y un gran arrepentimiento por la otra.

- ¿Has dicho que te confundo? – se atrevió a preguntar. A lo que asentí. – Pero… ¿cómo?, ¿porqué? – le solían solas las palabras.
- ¡No lo sé! – no sabía qué responder, y estaba nerviosa – Mira, haz como si no hubiese dicho nada nunca… - me dirigí hacia el baño, cerrando la puerta tras de mi, y dejándole solo.

Dentro del baño escuchaba ciertos murmullos de Aitor como: ‘’¿Qué me olvide de lo que dijo? Tss… como si fuese tan fácil’’ o ‘’Es que esto es increíble, si es que lo que no me pase a mi…’’

No quería seguir escuchando esos murmullos, así que abrí el grifo del lavabo y empecé a echarme agua fresca por toda la cara y el cuello durante al menos 15 o 20 minutos.
A ratos me iba mirando en el espejo, como si en mi cara fuese a encontrar una fuente de respuestas.
¿Realmente estaba confundida con Aitor? pero exactamente no entendía el porqué de aquello, eso sí, tenía que averiguarlo cuanto antes porque sino iba a acabar volviéndome loca.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Capítulo 10

Nos encontrábamos desplomados sobre la cama, uno al lado del otro, intentando recuperar el aliento y la respiración.
Al poco rato, y debido al cansancio, Aitor se quedó totalmente dormido. Giré mi cabeza un poco, mirándole y pensando en todo aquello que acababa de pasar entre los dos. No sabía que me había pasado, suponía que no pude resistirme al beso que me dio en el salón y me dejé llevar sin pensar en nada.
No quería seguir pensando más sobre ello, por lo menos por el momento, así que opté por dormirme y esperar a que llegase el día siguiente.

[…]

Ya era de día, y me desperté por la luz que se clavaba directamente en mis ojos.
Me encontraba abrazada a Aitor, y mi cuerpo estaba tapado por la fina sábana de su cama. Cuando conseguí abrir los ojos, me di cuenta de que aún estaba en aquella habitación, y me acordé de nuevo de todo lo ocurrido y con quien había pasado la noche. Sentía en mis oídos la respiración de él, una respiración lenta y relajada. Elevé mi mirada hacia su cara, observando como aún seguía dormido.
Me incorporé en la cama con cuidado, saliendo de ella después. Cogí mi ropa, la cual se encontraba esparcida por los diferentes lugares de la habitación.
Cuando había cogido todo, me dirigía a mi habitación, donde lo solté todo, y luego al baño, donde me pegué una buena ducha.

Salí del baño, mirando por todos lados por si me cruzaba con Aitor, pero él se encontraba aún en su habitación.
Entré en la mía, donde me puse algo de ropa de estar por casa.
Salí de allí, dirigiéndome hacia la cocina. Cuando entré en ella, observé como Aitor se encontraba de espaldas a mi, preparando su desayuno.
Sin querer hice un pequeño ruido, pero el suficiente como para que Aitor se percatase de mi presencia.
Se giró, viéndome junto a la puerta.

- Vaya, si es mi querida amiga Nathalie – sonrió al verme.
- Buenos días… - entré a la cocina, esquivando su mirada.
- ¿Qué pasa, no has dormido bien? – seguía con su sonrisa. A lo que yo no respondí, no sabía ni que decirle ni como mirarle después de la noche que pasamos – Venga ya… ¡no me digas que ahora te arrepientes!
- ¡No, para nada! ¡Si fue increíble! – se me escapó, y él soltó una sonrisa triunfal – O sea… que estuvo bien… - intenté corregirme, pero él sabía a la perfección lo mucho que yo había disfrutado con él aquella noche, así que mantuvo su sonrisa triunfal – Además, lo que ha pasado… ha pasado y punto – me atreví a mirarle un poco.
- Vale, y según tú… ¿qué ha pasado? – me acorraló entre la encimera y su cuerpo.
- Pues que… - me quedé casi muda al ver como cada vez era más intenso su acorralamiento.
- ¿Qué? – sonreía cerca de mi.
- …que nos dejamos llevar ante la situación y pasamos juntos la noche… - solté como podía.
- Se te ve nerviosa… - insinuaba.
- ¿Yo, nerviosa…? – intentaba retroceder, pero era imposible, mi espalda ya estaba totalmente empotrada contra la encimera.
- Ah… ¿no estás nerviosa?
- No, para nada…
- Entonces… ¿por qué no puedes apenas hablar y te tiemblan las manos? – miró mis manos apoyadas sobre la encimera. Bajé mi mirada hacia ellas, y no respondí, no sabía que decir ante aquello - ¿vas a seguir negándome que no estás nerviosa? – insistía acercando más su cara hacia la mía.
- S…Si… - salí como pude de su acorralamiento, dirigiéndome al salón. Aitor se quedó en la cocina, decidió dejar el asunto así, por ahora.

Cogió su café y se sentó en unas de las sillas que había al lado de la barra de la cocina, de las que daban al salón, y se tomó el café allí, girado hacia mí.

- ¿No piensas desayunar? – soltó sin más.
- No tengo hambre… - miraba la TV.
- Un día te va a dar algo… comes muy poco – dijo mirándome preocupado.
- Da igual… - dije sin más - …tampoco creo que te enterases – esto último quería decirlo para mi misma, pero sin darme cuenta lo dije en voz alta, provocando una mirada atónita de Aitor. Tras darme cuenta de que lo había dicho en alto y de que él lo había escuchado con claridad, lo miré un poco parada, no sabía como retirar lo que acaba de soltar por mi gran bocaza. El chico se levantó de la silla, y fue directamente hacia su habitación, pegando un portazo con la puerta de esta.

- Aitor… - me levanté deprisa, yendo hacia la puerta. – Aitor… lo siento… no quería decir eso… - nadie respondió – Aitor… por favor… - todo estaba en silencio – Voy a estar aquí hasta que te decidas a salir… no me pienso mover la puerta… - me senté en el suelo, apoyando mi espalda en el marco de madera.